Marea blanca
Enrique Gil Calvo 17 MAR 2020 - publicado por el diario madrileño El País
Nuestra
clase política alardea de la mejor sanidad del mundo porque somos
campeones de trasplantes y otras proezas técnicas, pero en realidad se
trata de un gigante con pies de barro
Los
balcones madrileños aplauden por la noche al personal sanitario que
está soportando el impacto de la pandemia. Como los bomberos de Nueva
York ante la caída de la Torres Gemelas, hoy nuestros únicos defensores
son los mismos héroes y heroínas que protagonizaron en 2012 la Marea
Blanca de lucha contra el desmantelamiento de la sanidad. Es el gran
consuelo que compensa el patético espectáculo de nuestra clase política,
siempre enfangada en sus confrontaciones partidistas e incapaz de
cooperar en el supremo objetivo común: la resistencia contra el ascenso
del mal. Además de resistir el choque viral, habría que reestructurar
todo nuestro sistema sanitario para que la próxima vez no pase igual y
nos podamos salvar.
Las
cifras están demostrando que junto con Italia seguimos siendo el
enfermo de Europa, puesto que aquí abajo la epidemia crece más rápido y
es mucho más letal que en el resto. Por eso nuestras Bolsas caen con
mucha más fuerza, como en la Gran Recesión de hace un decenio, cuando la
prensa europea nos tachó de PIGS. Y ese sambenito continúa pareciendo
verosímil ahora: la difusión geográfica del virus se está concentrando
al sur de Europa en los territorios de la Contrarreforma, como si el
virus se cebara con los católicos en vez de los protestantes. No parece
creíble este sesgo religioso, aunque los musulmanes se crean inmunes.
Tampoco se trata de higiene o climatología, sin ignorar que la
sociabilidad callejera de los latinos promueva con creces la transmisión
viral. Y lo más probable es que todo se deba a la insuficiencia de
nuestro sistema sanitario.
Nuestra
clase política alardea de la mejor sanidad del mundo porque somos
campeones de trasplantes y otras proezas técnicas, pero en realidad se
trata de un gigante con pies de barro. No sólo tenemos un alto nivel de
corrupción sanitaria (Informes UE de 2013 y 2017) causada por la
colusión público-privada-farmacéutica, sino que además nuestra pirámide
sanitaria está invertida: exceso de gasto destinado a la medicina de
lujo y miseria relativa en la medicina de base, con dramática escasez en
atención primaria, enfermería, camas hospitalarias, servicios de
urgencia, etc. Sanidad puntera en la cima, tercermundista en la base:
fértil caldo de cultivo viral.
Hay tres razones que explican tanta deformidad.
1)
La desigualdad clasista que se traduce en una duplicidad de redes
sanitarias publico/privadas, determinante de un elevado gasto sanitario
privado cercano al estadounidense, mientras el público es muy inferior a
la media europea.
2)
La competición entre comunidades autónomas, que pugnan por la alta
medicina de escaparate de alto rendimiento electoral (los Guggenheim
sanitarios), mientras desprecian la medicina de base.
3)
Y por supuesto, el austericidio de la salud pública iniciado en 2012,
con duros recortes presupuestarios y desmedidas pero rentables
privatizaciones. Menos mal que la Marea Blanca del personal sanitario
logró detener in extremis aquella privatización salvaje. Y eso permite
albergar la esperanza de que también ahora logre resistir y parar el
salvaje ataque viral.
Pero el día de después habrá que reestructurar la sanidad.
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