Pásame la lengua…
Escribe Luis Casado – 07/04/2012 (ligeramente actualizado el 19 de abril 2020)
El
conocido lingüista francés Claude Hagège afirma sin pestañear que la
elección del idioma, de sus reglas y particularidades no es algo neutro.
“Imponer su lengua es imponer su pensamiento”, dice, antes de agregar que “Sólo
la gente mal informada piensa que una lengua sirve sólo para comunicar.
Una lengua constituye también un modo de pensar, una forma de ver el
mundo, una cultura”.
Muy justo. Mi libro “Lingua Comoediae Chilensis”
trata de ese tema: de la lengua como herramienta de dominación, como
cortina de humo para esconder la realidad. Nuestra versión del
castellano está pringada de formas impuestas por la clase parasitaria
dominante, así como de anglicismos macarrónicos que practican los
yanaconas del imperio: el inglés de aeropuerto.
Al respecto Hagège dice que “Las clases dominantes son las primeras en adoptar el habla del invasor”. Porque “Adoptando
la lengua del enemigo esperan sacar partido en el plano material, o
asimilarse a él para beneficiarse simbólicamente de su prestigio.” Para el servilismo criollo no es lo mismo hablar de audiencia que manosear el “rating”. El ministro Golborne, ex suche bolichero, ¿se ennoblece si afirma haber sido "ejecutivo en el negocio del retail”?
En mi escuela pública, laica y gratuita de los años 60 solíamos darnos
de patadas y trompadas en los recreos. Hoy en día los niños practican el
bullying. Algún cretino, que merecería la pena llamar “asshole”, introdujo la idea de hacer de Chile un país bilingüe…
Mi
despertar a la cosa pública y a la conciencia política se nutrió de los
discursos de un Salvador Allende que denunciaba la especulación y el
agiotismo, la explotación y el abuso. Todo eso desapareció: ahora se
practica el amor del riesgo, del high yield, del “líerahgo” y la “competitiviáh”.
Ya
no hay patrones, sino empresarios, y quedan pocos obreros asalariados
porque fueron remplazados por los empresarios subcontratistas. Los
periodistas escriben con menos de trescientas palabras mal digeridas y
peor ortografiadas, sin haber asimilado la regla básica de la gramática
escolar, eso de “sujeto-verbo-predicado”.
Muchos
parlamentarios, para no hablar de los ministros e incluso del
presidente, no leen de corrido. Por eso se impuso una suerte de novlengua, -el sub-idioma revelado por George Orwell en su obra “1984”-, un volapük
en curso de degenerescencia plagado de muletillas y frases hechas con
las que se practica la ecolalia. Si en un discurso no se incluyen
expresiones como “el cayado de la rancha”, el “paradigma”, la “transparencia” y lo “transversal”, para no mencionar la puñeta “valórica”, las pruebas convertidas en “evidencias”, alguna “formalización” y una que otra condena de los “violentistas”, no hay discurso. El modelo a imitar es la prosa cuartelera, esa que exhibe (aun) impúdicamente el ex barbouze de la DINA Cristián Labbé.
Nada
es peor que someterse a la imposición del lenguaje que en Chile
llamamos mercurial, habida cuenta del uso y abuso en el que
históricamente ha incurrido el diario de los intereses superiores de la
oligarquía.
La
adopción, -aun involuntaria, mimética e inercial-, del lenguaje del
adversario, es una derrota más. Tal vez la peor, porque significa que
nos sometieron a su modo de pensar, a su modo de ver el mundo, a su
(sub)cultura.
En una crítica ditirámbica del “Enfermo imaginario”, -última comedia escrita por Molière-, puesta en escena por la Comédie Française, Jean-Luc Porquet describe la jerga ridícula de los “expertos” que someten al hipocondríaco a la tortura de su supuesto saber. La factura del boticario menciona “un pequeño clisterio insinuativo, preparativo y emoliente”, así como “un
buen clisterio detersivo, compuesto con catolicón doble, ruibarbo y
miel rosat (…) para lavar y limpiar el bajo vientre” y un “clisterio
carminativo, para expulsar los vientos…”.
Ese
es el tipo de lenguaje al que nos tiene habituados la satrapía que
controla el país, una jerga idiota que sirve para ocultar la realidad y
para impedir la reflexión.
Puesto que el “Enfermo imaginario” termina por copiar en modo simiesco el guirigay de sus verdugos, Jean-Luc Porquet concluye: “Fin
grandioso y cruel a la vez: no hay peor derrota que retomar por cuenta
propia la novlengua de aquellos que la usan para imponer sobre Ud. su
propia dominación”.
Coincidentemente, Jean-Laurent Lastelle y Renaud Chenu acaban de publicar su “Anti-manual de guerrilla política”, en la que explican cómo el léxico se pasó a la derecha: “La izquierda ya no osa hablar de lucha de clases, mientras la derecha la practica día a día” ("la lucha de clases existe: la ganamos nosotros", exulta el milmillonario Warren Buffett).
Los autores proponen pues un método para aprender una lengua en vías de desaparición, para oponerse a la resignación ante lo “ineluctable” o simplemente al oportunismo de dejarse llevar por la corriente afirmando que el “coraje” de decir la “verdad” consiste en usar el glosario neoliberal.
¿Cómo
construir una alternativa política si ni siquiera somos capaces de
recrear el lenguaje de la insurrección cívica, de los derechos
conculcados, de la soberanía arrebatada, del combate por la libertad?
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