jueves, 3 de junio de 2021

Los potreros de nuestra infancia.


Los potreros de nuestra infancia.

Los primeros años en la vida de un ser humano son señeros. Esas etapas marcan la existencia hasta el último de los días. Son fases que gravitan, que permanecen con sus signos determinando conductas. Estudios al respecto así lo refieren.

Existen obras de cierto vuelo en la narrativa, de notables escritores que fundan los  episodios de sus personajes acaecidos en los primeros años de la niñez. Es de recordar por ejemplo, aquella tan pretérita obra de la literatura universal titulada ' El Lazarillo de Tormes ', cuyo narrador en primera persona y protagonista de sus historias hasta hoy nos entusiasma y emociona.

Hablar en primera persona tiene sus riesgos, pero hacerlo en tercera es crear historias generalmente no verídicas. Aquí predomina el nosotros, es nuestra infancia, la de quienes vivimos en otros períodos en los territorios de Colchagua, en particular en la entonces localidad de Santa Cruz.

Todo niño que en esa etapa de su existencia vivió en un mundo lúdico, tiene la opción de una vida de joven y ya mayor de estructuras y comportamientos que enaltecen su condición humana.

Nuestras infancias sucedieron en espacios y tiempos obviamente distintos a los actuales. Se dice que en aquella etapa los riesgos eran menores. Siempre los ha habido. Hace décadas la población del país era cuantitativamente menor, en rigor, algo así como un tercio de la actual, no existía la polución de hoy, sobre todo en la ruralidad, en las zonas agrarias, e inclusive donde la concentración de personas era mayor en ciudades de territorios más extensos. 

Nuestros juegos eran otros, estaban muy ligados a la naturaleza. Para ir a la plaza de la ciudad que no estaba distante, había que cruzar campos o potreros abiertos y, siempre de la mano de alguien mayor.

La abundancia de árboles en los entornos era notable: sauces, álamos y otras especies. Las casas tenían grandes patios, algunas eran quintas con frutales y hortalizas, también muchas aves de corral y otros animales. Era común, habitual que las personas consumieran lo que producían en sus propios fértiles terrenos.

Era tan normal para nosotros los niños de aquellos tiempos escuchar y ver las chicharras en las ramas, y con nuestras palmas sonando para que ellas no dejaran de cantar;   también los matapiojos - las libélulas - volando a ras de aguas en los limpios esteros; las mariposas, los  apacibles queltehues en los potreros, caminando ellos en elegante ceremonial ; las coloridas lagartijas; las loicas, zorzales, codornices ...

Con el tiempo esa buena, saludable realidad descrita fue desapareciendo. No siempre el desarrollo, el exaltado progreso significa mejor o superior calidad de vida. Miles de especies ya no existen. En nuestros campos la irracional aplicación de químicos ha sido funesta : devastación y extinción de la vida de miles o de millones de seres tanto del orden animal como vegetal,  y también severos daños a la salud humana. Hoy no toda la verdura que reluce es vegetal saludable.

Se anticipó con clara visión el jefe indígena Seattle, de la tribu de los Suwamish en 1855, con su magistral carta-poema al entonces presidente de los Estados Unidos que pretendía comprar sus tierras. Le contesta ese visionario jefe " ¿ Cómo podéis comprar o vender el cielo, el color de la tierra ? (....) La tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. (....) Todas las cosas - en la naturaleza-  están relacionadas entre sí ".  El Jefe Seattle en un párrafo vaticina que en el futuro la vista hacia las verdes colinas estará cerrada por ' el enjambre de cables parlantes '. Concluye su Carta interrogando : " ¿ Dónde está el espeso bosque ? Desapareció ¿ Dónde está el águila ? Desapareció. Así termina la vida y comienza el sobrevivir ".

Carlos Poblete Ávila,

Profesor de Estado.


Chile, Mayo 24 de 2021.

Fotografía paisaje de Coyhaique, camino a las Catedrales de Mármol.




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