El cambio de casa. (del libro en proceso “Ojo cojo y décimas por muleta”)
El cambio de casa es un tema bastante complejo (más cuando le toca a uno), pues presenta muchos caminos de entrada y uno solo de salida. Van ellos de acuerdo a las circunstancias, la edad, el período de permanencia en el lugar y las experiencias, buenas o malas acumuladas durante ese período, entre otras.
Pero, creo, la más importante es aquella característica tan personal que nos lleva naturalmente, ya sea a permanecer, o a cambiar de lugar, lo cual está directamente relacionado con la capacidad o no de arraigar. Hay personas de raíces superficiales. Son aquellas que cambian frecuentemente de hábitat, de trabajo y también de pareja. Argumentan que cumplen ciclos; más bien los agotan, y el cambio es necesario para iniciar el siguiente.
Otros (entre los cuales me cuento), son de raíces profundas y optan por una evolución natural, no forzada.
Tomando en cuenta que, en cualquier caso y en su medida, requiere de un esfuerzo intenso y poco frecuente, se supone que, para los mayores, la dificultad se redobla. Sobre todo, después de una larga permanencia.
Se me ocurre que la distancia también incide de manera proporcional. Me refiero a aquellos cambios entre puntos lejanos, que pueden ser dentro de esta larga faja de tierra que es Chile, hasta los más complejos que implican cambios de país, y creo más aun, por un destierro voluntario o impuesto a la fuerza y “con lo puesto”. Me imagino, en este último caso, el drama de compactar todo el pasado y lo vivido en una maleta.
Siento como inevitable la presente reflexión porque, en este momento estamos, con mi esposa, en un proyecto de cambio de casa, después de más de cuarenta años. Digo un proyecto porque el mercado inmobiliario está deprimido y los bancos exigen ingresos y tasa de interés imposibles de sobrellevar. Comprar billete en mano, fácil; vender muy difícil.
Debo precisar que se trata de una propiedad antigua, nuestra casa, ubicada en un buen sector de la comuna de la Reina, amplia y con buen terreno. Ideal en un período de criar una familia numerosa, pero excedida para dos adultos mayores. Los hijos emigran en busca de una vida propia y la mantención se convierte en problema serio.
Cada miembro de la familia, me imagino, debe tener una percepción particular, sus propias nostalgias, en relación a su propia visión y experiencias.
La recibimos en buen estado de mantención, pero sucia y con olores que no eran los propios. Era nuestra tercera vivienda, la cual suponíamos definitiva.
Ya habíamos acumulado algo de experiencia al respecto. Empezamos la vida matrimonial en mi casa de origen, y la dejamos cuando rondábamos la treintena. Al partir, tuve la sensación que no era más que muros parados. La vida en ella se iba con nosotros en nuestros enseres. Contábamos también con una juventud en pleno vigor, cuando se piensa que la misma no tiene fin.
Una nueva casa, un nuevo acomodo, incluida una ampliación importante, una nueva venta y la llegada a la que hoy está en proceso de venta. Quedaba otra nueva experiencia: elegir con cuidado el sector, las distancias y la conectividad.
Los vecinos son una lotería: poco se puede hacer al respecto.
A poco andar, ya la nueva casa lucía una buena capa de pintura que diluyó el karma de los antiguos propietarios, y a proyectar una nueva ampliación para ajustarla a las necesidades del momento.
Y así pasaron más de cuarenta años, un período que incluyó penas y alegrías, con la partida de los mayores, la llegada de otros, los colegios, las universidades, el final de nuestra propia vida laboral y el inicio de los achaques propios de la edad, impensables durante la juventud.
La búsqueda de un nuevo espacio habitable no se muestra exento de drama. Se trata de un espacio reducido y definitivo para el resto de vida que va quedando. Y lo mejor adaptado posible a las nuevas circunstancias. Tampoco se ve fácil la movida. Es el momento en el cual uno viene a comprobar los metros cúbicos de cachureo que ha venido acumulando (leer artículo el cachureo en El mal de ojo y la contra en décimas, del mismo autor), el cual no va a caber en un espacio más reducido. Salen un par de conclusiones duras. Una, que, a la larga y como dijo un hombre sabio: … menos, es más…
La otra, que nos tocó vivir una época de sobreproducción y sobre aprovisionamiento de objetos de uso cotidiano, de lo cual resulta más fácil comprar que deshacerse de cosas que nadie está dispuesto a recibir. Menos a comprar.
Esta tranquila reflexión se armó mientras me daba al ejercicio terapéutico de regar el jardín. Entre olores de brotes de primavera y pensando que algún día ya no será nuestro jardín, me sonaba en el oído un poema de Tito Fernández, el Temucano, que dice: …la casa nueva, la casa de los viejos, un lugar para bailar a solas, un valsecito añejo…
Para salirme de la nostalgia, preferí pensar en un detalle anecdótico que ocurrió a pocos días de llegar. Me puse a cavar para instalar un lavadero en el patio. Apareció, envuelta en un chaleco rojo, una osamenta que, a todas vistas, era de un perro. Para darle más dramatismo al hallazgo, le dije a mi familia que me había topado con la osamenta de una guagua, que me dijeran si llamábamos a carabineros, o simplemente la tapaba.
No se atrevían a mirarla, hasta que alguno se atrevió, no recuerdo quién, y dijo, simplemente: …el papá está puro hueveando, son los huesos de un perro…
Y bien, aquí estoy, finalizando la actual reflexión cuando, se supone, en pocos días más se podría firmar la promesa do compra venta, con el alma y el cuerpo adoloridos de tanto botar cachureaos y viviendo con lo estrictamente necesario. Situación que no vivimos hace muchos años.
Se acerca el cambio de casa,
no sé si reír o llorar,
porque me pongo pensar,
cuan rápido el tiempo
pasa,
las ideas, cual melaza,
se mezclan en desbandada,
¿cómo empezar la jornada,
si todo se ve confuso,
el pensamiento difuso
y la mente empantanada?
¿Viste, vieja, cuánto se junta,
ee más de cuarenta años?,
parecen seres extraños,
que no responden pregunta,
el cachureo se junta,
como plaga maldecida,
es una guerra perdida,
hacerlo desaparecer,
pienso ¿qué puedo hacer?,
mas no veo la salida.
Muebles, pisitos, sillones,
ropa que nadie usa,
amenazan, cual medusa,
invadiendo los rincones,
libros, fotos a montones,
un antiguo decorado,
un anaquel empolvado,
donde pululan ratones.
Me pregunto: ¡tanta prenda!,
¡cuántos pares de zapatos,
no hay respuesta, mientras trato,
que, mi mente al fin lo entienda,
pues si no logro una enmienda,
reduciendo el cachureo,
un mal destino yo veo,
aunque apele al Padre Eterno,
y que me apoye, muy tierno,
eliminando el conteo.
Po eso, en este momento,
se impone un cambio de esquema,
y antes de abordar el tema,
barajo ideas al viento:
voy a hacer un juramento,
pidiendo a Dios que me asista,
pues debo ser realista,
práctico en esta pasada,
ya no juntaré más huevadas
¡voy a ser minimalista!
Romelio Cacheteo Smith.
De Romelio Cacheteo Smith: Este desconocido escritor, mejor dicho, quién se esconde tras el seudónimo Romelio Cacheteo Smith, es nuestro amigo Enrique Muñoz Abarca, 75 años (y más) y avanzando cada vez más rápido. Profesor de Estado en Artes Visuales, diseñador gráfico y grabador por formación académica, músico por oficio, ex-fondista por amor al sacrificio, versador en décimas y cuentista por una especie de vicio y mentiroso sin prejuicio ni perjuicio, según mis amigos ...




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