“La
propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas
incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes
perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin
fisuras ni dudas.”
Joseph Goebbels
Escribe Edmundo Moure - Febrero 2020
Amable
lectora, estimado lector, pensarás que este título es un intento de
paradoja o un oxímoron forzado… Nada de eso, se trata de un atributo
benéfico de la aplicación adecuada del terrorismo gubernamental o de
Estado, si lo prefieres. Quiero decir, favorable a los propósitos del
poder y positivo para el pragmatismo maquiavélico de la Derecha que nos
gobierna, coludida, de manera tácita, con ese engendro de falsa
Izquierda que en Chile bautizamos como Nueva Mayoría, a cuya coalición
de paniaguados y oportunistas (Lagos, Insulza, Letelier, para muestra
tres botones que no sostienen la pechera de un traje) se ha sumado el
Frente Amplio, con sus nenes revolucionarios rococó-contenidos, que
confunden los manejos de la política con derribar monitos en el play
station.
Después
del 18 de octubre de 2019, los indignados e insatisfechos rebeldes
civiles nos sentimos triunfadores ante la multitudinaria eclosión por la
justicia social, el despertar ciudadano tan esperado. El sistema
comenzaba su derrumbe, el neoliberalismo y su dragón ejecutor, el
capitalismo salvaje, iban a desplomarse en breve plazo. Sebastián
Piñera, desvergonzado especulador, renunciaría a la Presidencia de la
Nación, además, por inepto y huérfano de apoyo en su propio sector. Se
sucedieron las manifestaciones multitudinarias a lo largo y ancho del
país, encabezadas por jóvenes valientes que desafiaban las armas; como
contraparte, grupos desenfrenados de narcos y saqueadores, infiltrados
por policías de uniforme y de civil, se dieron a cometer actos
vandálicos en contra del primer valor moral y filosófico de la Derecha:
la propiedad privada.
La
respuesta de los represores no se hizo esperar: cuarenta muertos,
seiscientos heridos graves con pérdida de visión, tres de ellos ciegos,
mujeres violadas, cerca de cuatro mil detenidos. Organismos de derechos
humanos, criollos y foráneos denunciaron al gobierno. Hubo gran revuelo,
sobre todo internacional.
Los
más ilusos justicieros anunciaban la inminente defenestración de Piñera
y su cohorte de ladrones de cuello y corbata. Algunos, alentados por el
juez Baltasar Garzón, ya veían al sátrapa tras las rejas, como
ocurriera con Pinochet, aunque fuese tras los blancos muros de “The
Clinic”.
Los
medios de comunicación masiva, léase televisión abierta, diarios La
Tercera, El Mercurio y sus pasquines de medio oficio y estrecho cacumen,
ponían el grito en el cielo en contra de los violentistas, anarcas y
terroristas que destruían, sin piedad, el “patrimonio nacional”. Los
personeros de gobierno, aterrados ante el descontrol imperativo de las
masas (organizaciones sociales en rebeldía), prometieron al pueblo “el
oro y el moro”. De boca del tembloroso Sebastián se escuchó, durante
treinta días seguidos, la palabra “humildad”, categoría tan ajena a él
como podría serlo el concepto de “ética”. Se encadenaron, una a una, las
promesas verbales, todas ellas reunidas en una gran canasta sin fondo
que se denominó “agenda social”, conjunto de proposiciones demagógicas y
populistas de las cuales ni una sola, en tres meses, se ha llevado a
cabo, salvo la limosna cacareada de un bono de indigencia.
Se
sucedieron las propuestas legislativas, obstruidas o distorsionadas,
una a una, por la indigna minoría parlamentaria, mediante el subterfugio
perverso de esos dos tercios que amañarán cualquier idea o propósito
que atente contra sus intereses de clase. La patética y ridícula
oposición se alineó con la derecha en el mismísimo centro de operaciones
del abuso y la prevaricación: La Moneda. Firmaron un acuerdo por la
“paz social” y la “nueva constitución”, cuyo texto Jorge Luis Borges
hubiese incluido, sin titubeos, en la Historia Universal de la Infamia.
Boric abrazó a Kast, Desbordes palmoteó a Montes, Coloma le guiñó el ojo
a la Sánchez, Allamand bromeó con Letelier… No sabemos, a ciencia
cierta, si la extensa y “agotadora” reunión terminó en el Liguria, donde
habría hecho de anfitrión Jorge Melnick, con su yunta, Ricardo Meruane,
animador ocasional de quintas de recreo y opinólogo del tres al cuarto.
A
través de las llamadas “redes sociales”, hemos ido descargando la
indignación y las decepciones, en constante denuncia y reclamo, suerte
de retórica que se vuelve inútil catarsis. Los “memes” reemplazan
acciones propositivas; las descalificaciones y caricaturas constantes
del momiaje criollo hacen creer que los detentadores del poder político y
económico son necios, inadvertidos que no se percatan de la gravísima
convulsión social que corroe los cimientos del sistema.
Nada
de eso. Si bien nuestros carcamales de la derecha están lejos de
exhibir la inteligencia en un sentido aristotélico –mucho menos en
creatividad estética-, derrochan sin tasa la artera categoría de la
astucia, para defender lo que consideran suyo por voluntad divina. En
esto, han sido muy hábiles y lo seguirán siendo, si no reaccionamos con
premura, oponiéndoles una lucha sin respiro ni cuartel.
Llevamos
dos meses contribuyendo a la anestesia de la praxis revolucionaria,
entregando al gobierno y a sus secuaces los beneficios de una tregua que
les ha permitido recuperar la respiración obstruida, rehacerse,
estrechar filas y articular la estrategia mediática que les está
procurando buenos resultados. Se trata, ni más ni menos, que la puesta
en escena de una obra dramática, no por conocida menos eficaz: el terror
suministrado en dosis periódicas y constantes, fortalecido por la
propaganda masiva, según el viejo modelo de Goebbels.
Una
sucesión cotidiana de montajes, algunos denunciados en redes sociales,
con mucho menor eco mediático, como la quema de buses dados de baja,
puestos en la vía pública como oportunidades a la mano para exacerbar el
vandalismo criminal de quienes buscan transformar a Chile en una
especie de “Venezuela austral”, con sequía y todo. Saqueos puntuales y
bien localizados, con avisos previos a los canales de la tevé amarilla,
cuyos periodistas reportearán aquellos sucesos hasta la saciedad.
Entrevistas sucesivas a modestos emprendedores que ven vulneradas sus
“fuentes de trabajo”. Encuestas veraniegas para demostrar que los
comerciantes del turismo local no podrán sacar “cuentas alegres”, cuando
el barómetro de la felicidad de la patria se mide por la sonrisa de los
mercaderes. Exhibición de alarmantes cifras de desempleo y aumento de
ocupaciones irregulares. Los desmanes de pequeños grupos “violentistas”
en los recintos deportivos, resultan inaceptables para una población
futbolizada como la nuestra y deben generar otra exigencia de repudio y
apelación a la “paz”, estado anodino que juega en contra de toda justa
rebeldía. En resumen, se trata de culpabilizar al movimiento
protestatario y reivindicativo de las lacras propias del sistema,
endilgándole la cesantía, la inestabilidad, el desorden; incluso, la
injusticia endémica del modelo y la discriminación en todos los ámbitos
de una sociedad ha mucho fracturada por la expoliación.
En
este país, donde la supuesta libertad de expresión se reduce solo a
medios alternativos de menor alcance y resonancia, los grandes
desinformadores de la opinión pública están en manos del poder económico
y acatan su voluntad ideológica. Así, desde el estallido social, se ha
venido configurando un proceso de expurgación de elementos conflictivos o
sospechosos de posibles actitudes díscolas o contestatarias, más
evidente aún en la televisión abierta, entregada por completo a defender
el statu quo imperante, máxime cuando sus “rostros públicos”
constituyen un grupo estrecho de privilegiados del modelo, que han
transformado el periodismo, ya sea en una sonriente y estúpida anuencia
farandulera o en una vitrina de truculencias y sensiblería ramplona.
Periodismo isleño y aldeano, ciego ante la realidad que arde bajo sus
narices, desconectado del acontecer internacional, salvo para hablar en
forma sesgada y negativa de Cuba o de Venezuela. Herencia de la
dictadura, estilo Don Francisco, que ha cambiado muy poco en treinta
años de democracia cautela.
Y
si de cultura se trata, o de subcultura al estilo Evópoli, el gobierno
de piñeristas ágrafos confirmó su negativa de asistir a la Feria de
Artes Visuales más importante de Europa, a desarrollarse en Madrid. Se
habla de una “venganza” de la Derecha chilena en contra de uno de los
ámbitos donde tiene más detractores: la cultura, espacio mínimo y
menesteroso para sus acólitos colijuntos, aunque nombren ministros a sus
artistas de salón alfombrado. No en balde se hacen eco de la frase de
Goering, otro paradigma político para su acción contrarrevolucionaria:
“Cuando escucho la palabra cultura, saco mi pistola”.
Como
afirmara Filebo, “el último exponente de la derecha civilizada fue (al
parecer) Jorge Alessandri”… Se refería, claro, al gran aporte
materializado por su gobierno, cuando entregó a la Sociedad de
Escritores de Chile el inmueble de Simpson 7, nuestra Casa del Escritor,
más un subsidio de carácter permanente que fue interrumpido durante la
dictadura por los padrinos filosóficos de Cruz Coke.
La
mayoría de los empresarios de hoy, especuladores a tiempo completo,
zafios de gustos y palurdos de ideología, ejercen una presión
desembozada sobre los trabajadores, sacando partido de las miserias del
capitalismo salvaje que les nutre. La amenaza mayor, el miedo
permanente, es el fantasma de la cesantía. Aun si ganas una mierda,
digamos doscientos cuarenta mil pesos mensuales (valor líquido del
salario mínimo en Chile, equivalente a 300 dólares, en el país más caro
de Latinoamérica), el patrón te dirá que te des con una piedra en el
pecho, porque tienes trabajo y hay cincuenta huevones en la puerta,
esperando por una oportunidad.
Este
“buen terror”, que está provocando un efecto eficaz, lento y seguro,
proyectado también para fortalecer el “NO” en el plebiscito de abril
venidero, debiera alertar a las fuerzas progresistas. Las simples ideas
del maestro Goebbels, renovadas por ejecutores mercenarios de palacio,
se expresan de manera elocuente en interrogantes tan básicas como
adormecedoras: ¿Qué gano yo, un modesto trabajador asalariado, con una
nueva Constitución?, ¿quién nos asegura que no caeremos en el caos?,
¿acaso vamos a cambiar a unos ladrones por otros?, ¿quién nos va a dar
pega si quiebran los emprendedores?
Etcétera.
No
quisiera yo transmitir desencanto y frustración a través de mis
palabras, pero tampoco puedo callar en estas horas de incertidumbre y
falta de conducción política del Movimiento Social. Estoy viejo, quizá, a
mis 79 años, aunque me niego a jubilar de rebeldía y desobediencia
civil...
Quizá
marzo reviva los aires de lucha, cuando los jóvenes corajudos y
generosos vuelvan a las calles y disipen, definitivamente, este “buen
terror” esparcido por la canalla dorada que nos desgobierna.
Amén.
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