martes, 24 de marzo de 2020

Baile popular campesino en Coltauco, 1994… inolvidable.


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Un cuento, de la vida real, para animar a la cuarentona, perdón, la cuarentena... Arturo A. Muñoz nos alegra la vida desde Coltauco.


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Baile popular campesino en Coltauco, 1994… inolvidable


¿Conoce Chile, el de verdad, el del campo, el país profundo, el de ‘tierra adentro’, el resiliente, el que le da de comer a las metrópolis, a las castas políticas y empresariales, a la prensa canalla… y a usted, querido lector?

Escribe Alejandro Muñoz


Ahora que el bicharraco del virus Covid19, el malhadado ‘coronavirus’, anda acechando a vejestorios como el que escribe estas líneas, me ha parecido prudente y oportuno –antes de mi despedida de este mundo cruel- contarles algo respecto de lo que a mi cuestionable juicio es el alma más festiva del huaso, del trabajador agrícola y de la temporera que habitan en esta zona campesina de la región de O’Higgins. Los bailes populares. A ellos me refiero, aunque hay una breve historia personal al respecto.
Primero que todo, ubiquémonos en el espacio y en el tiempo. Año 1994, vengo llegando de Santiago para ocuparme del cargo “Jefe del Departamento de Organizaciones Comunitarias de la Municipalidad de Coltauco”. Traigo veinte años de experiencia profesional…pero capitalina.

El alcalde, don Antonio Gálvez Aravena, a quien llegue a querer y respetar de verdad (hermano del famoso ’Aladino’ Gálvez, presidente de Colo-Colo), a los pocos meses de mi arribo al municipio me dijo: “acá en el mes de abril tenemos un evento de magnitud, tradicional, muy nuestro: la fiesta de la vendimia. Hay de todo, artesanía, cocinerías, ramadas, rodeo…y también el famoso ‘baile popular’ en el caserón del Parque Los Tacos. De ese baile se va a encargar usted. Le aviso que llegan más de quinientas personas al baile, a veces hasta mil”.
La Fiesta de la Vendimia en Coltauco (hoy mal llamada Fiesta Huasa) era –y sigue siendo- todo un acontecimiento no sólo para la comuna, sino para la provincia de Cachapoal, incluyendo a la ciudad de Rancagua. Me preocupé de los detalles y del todo. El ‘caserón’ del parque Los Tacos era en esa época (1975) una especie de mediagua gigante, construida a lo huaso, a lo bruto, en la que podían caber mil personas bailando, bebiendo, comiendo… y peleando, como usted amable lector podrá enterarse líneas adelante. La cuestión es que luego de negociar con algunos distribuidores locales de bebidas y tragos, el bar estaba aperado para aguantar la sed de los asistentes por lo menos hasta la hora de mi estimado amigazo Joe Vasconcellos, las seis de la madrugada, en la que carabineros (por solicitud del alcalde) debían poner punto final a la fiesta.
Con dineros municipales, obviamente, contraté a la que entonces fungía como la mejor banda u orquesta tropical de la zona. “Sonora Juventud de Peumo”, de verdad, muy, pero muy buena, tan buena que hasta ahora, veinticinco años después, no he encontrado a ninguna mejor (salvo la de Tommy Rey, por supuesto).
A las diez de la noche la casona hervía de gente, de alegría y de tragos. La ‘Sonora Juventud de Peumo’ demostraba que valía cada luca que habíamos pagado por ella. La casona hervía en bailongo…pero el trago también hacia de las suyas, y ya me había ‘noticiado’ en la municipalidad que esos bailes populares siempre terminaban con “flor de mocha” donde volaban sillas, botellas, mesas, e incluso algo más. Por si a usted, amable lector le interesa, el ‘trago’ estaba conformado por botellas de pisco “Capel”, ‘Alto del Carmen’, ron Mitjans, whisky ‘Sandy McDonalds’, y bebidas como Coca Cola, Sprite y Fanta. Además de aguardiente doñihuano y botellas de vino. ¿El comistrajo? Sopaipillas, papas fritas, empanadas de queso, de pino, y sanguches de jamón y palta.
A medianoche, una de las funcionarias municipales que estaba ubicada a la entrada de la casona –cerca de la boletería- para recibir a los visitantes una vez que hubiesen pagado por su ingreso, se arrimó hasta el interior de la casona, allí donde teníamos el mesón para la venta de tragos y bebidas, lugar en el que me encontraba cerca de la caja y junto al concejal Juan Zúñiga que me acompañaba esa noche (gran amigo, gran persona), para decirme que un grupo de doce ‘laceros’ de la localidad de Lo Miranda (Doñihue), junto a siete de sus mujeres, solicitaban ingresar pagando sólo el 40% del valor del boleto correspondiente.
Por cierto, estuve de acuerdo en aceptar lo solicitado por esos sacrificados hombres de campo (‘laceros’ son jinetes que se dedican a recuperar, laceando, a animales perdidos en los cerros, los cuales pertenecen a fundos y parcelas). Sin embargo, la funcionaria me dateó que querían entrar al baile… con sus perros -más de veinte quiltros-, y que ya venían ‘achispados’(los laceros por supuesto). Dije que sí y que no. Que podían ingresar pagando el 40% del valor del boleto, pero que los quiltros tenían que dejarlos afuera. Ese fue el acuerdo.
Sin embargo, minutos después observé que los laceros estaban en medio de la pista con sus quiltros, los cuales ladraban a destajo y amenazaban morder a varios bailarines. Me indigné. No aceptaría que ningún funcionario desobedeciera mis órdenes. Pero, una funcionaria me aclaró el asunto. El alcalde había ordenado darles el ingreso pagando nada y poco, perros incluidos. Me mordí la rabia… donde el jefe manda, nadie más manda.
Una hora después, dos de la madrugada…el caos, la mocha, la pelea, el escándalo. Las hembras de los laceros, que parecían ser de ‘cocimiento rápido’, habían iniciado una pelea con algunos varones de las mesas cercanas, y los laceros –junto con sus perros- se metieron en la mocha. Ardió la ‘casona’. La Sonora dejó de tocar y muchos bailarines y comensales se alejaron raudamente del sitio de la pelea. No lo soporté. Salió a flote mi espíritu de ‘santiaguino choro’ y saltando sobre el mesón corrí hasta el centro de la pista. Allí me trencé a puñetazos y patadas con los laceros, e incluso –esa es mi vergüenza- con un uppercut al mentón derribé a una de sus mujeres que me había salido al paso botella en mano amenazándome a garabato limpio.
Carabineros llegó raudamente y en mi calidad de ’jefe’, señalé a los culpables del desaguisado, quienes fueron detenidos y llevados a la comisaría local. La Sonora retomó sus ritmos y el baile continuó a plenitud, exitosamente, hasta las seis de la mañana. Esa fue mi presentación ‘profesional’ en Coltauco el año1994. Algunos viejos funcionarios municipales aún recuerdan el altercado, y morbosamente lo sacan a la luz cada vez que digo y juro ser una persona pacífica.
Años más tarde (¿1999?), siendo yo el representante de la municipalidad de Doñihue en la localidad de Lo Miranda, hube de atender una solicitud de los laceros locales. Sin mucho trámite conseguí satisfacer sus demandas. Uno de ellos me reconoció. “P’tas que era bravo usté gancho’, dijo sonriendo. Hubo abrazos y la historia quedó en eso… historia. Hoy somos grandes amigos, y no es broma.
Siempre que puedo –ya estoy retirado de las pistas- asisto a un baile popular. Me encantan. Los disfruto como el que más. Cumbia, salsa, música ranchera, corridos, una que otra cueca… anticuchos (pero de esos de ‘verdad’, pura carne y gigantes), sopaipillas, piscola (negra o blanca, me da lo mismo), y una larga y buena conversa con mis amigazos de toda la vida. Los laceros.
¿Cómo diantres no querer a mi tierra linda? “Y a mí enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo, en la ladera de un monte, más alto que el horizonte… quiero tener buena vista”… así cantó Serrat en su “Mediterráneo”.
¡Joder!… a mí enterradme cerca del Cachapoal, ojalá en las alturas del famoso Quillayquén, aunque sea en cenizas, porque quiero seguir observándoles a ustedes, coltauquinos de moledera, amigazos del alma, chilenos de verdad, desde los efluvios del más allá.
 
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