Baile popular campesino en Coltauco, 1994… inolvidable
¿Conoce
Chile, el de verdad, el del campo, el país profundo, el de ‘tierra
adentro’, el resiliente, el que le da de comer a las metrópolis, a las
castas políticas y empresariales, a la prensa canalla… y a usted,
querido lector?
Escribe Alejandro Muñoz
Ahora
que el bicharraco del virus Covid19, el malhadado ‘coronavirus’, anda
acechando a vejestorios como el que escribe estas líneas, me ha parecido
prudente y oportuno –antes de mi despedida de este mundo cruel-
contarles algo respecto de lo que a mi cuestionable juicio es el alma
más festiva del huaso, del trabajador agrícola y de la temporera que
habitan en esta zona campesina de la región de O’Higgins. Los bailes
populares. A ellos me refiero, aunque hay una breve historia personal al
respecto.
Primero
que todo, ubiquémonos en el espacio y en el tiempo. Año 1994, vengo
llegando de Santiago para ocuparme del cargo “Jefe del Departamento de
Organizaciones Comunitarias de la Municipalidad de Coltauco”. Traigo
veinte años de experiencia profesional…pero capitalina.
El
alcalde, don Antonio Gálvez Aravena, a quien llegue a querer y respetar
de verdad (hermano del famoso ’Aladino’ Gálvez, presidente de
Colo-Colo), a los pocos meses de mi arribo al municipio me dijo: “acá en
el mes de abril tenemos un evento de magnitud, tradicional, muy
nuestro: la fiesta de la vendimia. Hay de todo, artesanía, cocinerías,
ramadas, rodeo…y también el famoso ‘baile popular’ en el caserón del
Parque Los Tacos. De ese baile se va a encargar usted. Le aviso que
llegan más de quinientas personas al baile, a veces hasta mil”.
La
Fiesta de la Vendimia en Coltauco (hoy mal llamada Fiesta Huasa) era –y
sigue siendo- todo un acontecimiento no sólo para la comuna, sino para
la provincia de Cachapoal, incluyendo a la ciudad de Rancagua. Me
preocupé de los detalles y del todo. El ‘caserón’ del parque Los Tacos
era en esa época (1975) una especie de mediagua gigante, construida a lo
huaso, a lo bruto, en la que podían caber mil personas bailando,
bebiendo, comiendo… y peleando, como usted amable lector podrá enterarse
líneas adelante. La cuestión es que luego de negociar con algunos
distribuidores locales de bebidas y tragos, el bar estaba aperado para
aguantar la sed de los asistentes por lo menos hasta la hora de mi
estimado amigazo Joe Vasconcellos, las seis de la madrugada, en la que
carabineros (por solicitud del alcalde) debían poner punto final a la
fiesta.
Con
dineros municipales, obviamente, contraté a la que entonces fungía como
la mejor banda u orquesta tropical de la zona. “Sonora Juventud de
Peumo”, de verdad, muy, pero muy buena, tan buena que hasta ahora,
veinticinco años después, no he encontrado a ninguna mejor (salvo la de
Tommy Rey, por supuesto).
A
las diez de la noche la casona hervía de gente, de alegría y de tragos.
La ‘Sonora Juventud de Peumo’ demostraba que valía cada luca que
habíamos pagado por ella. La casona hervía en bailongo…pero el trago
también hacia de las suyas, y ya me había ‘noticiado’ en la
municipalidad que esos bailes populares siempre terminaban con “flor de
mocha” donde volaban sillas, botellas, mesas, e incluso algo más. Por si
a usted, amable lector le interesa, el ‘trago’ estaba conformado por
botellas de pisco “Capel”, ‘Alto del Carmen’, ron Mitjans, whisky ‘Sandy
McDonalds’, y bebidas como Coca Cola, Sprite y Fanta. Además de
aguardiente doñihuano y botellas de vino. ¿El comistrajo? Sopaipillas,
papas fritas, empanadas de queso, de pino, y sanguches de jamón y palta.
A
medianoche, una de las funcionarias municipales que estaba ubicada a la
entrada de la casona –cerca de la boletería- para recibir a los
visitantes una vez que hubiesen pagado por su ingreso, se arrimó hasta
el interior de la casona, allí donde teníamos el mesón para la venta de
tragos y bebidas, lugar en el que me encontraba cerca de la caja y junto
al concejal Juan Zúñiga que me acompañaba esa noche (gran amigo, gran
persona), para decirme que un grupo de doce ‘laceros’ de la localidad de
Lo Miranda (Doñihue), junto a siete de sus mujeres, solicitaban
ingresar pagando sólo el 40% del valor del boleto correspondiente.
Por
cierto, estuve de acuerdo en aceptar lo solicitado por esos
sacrificados hombres de campo (‘laceros’ son jinetes que se dedican a
recuperar, laceando, a animales perdidos en los cerros, los cuales
pertenecen a fundos y parcelas). Sin embargo, la funcionaria me dateó
que querían entrar al baile… con sus perros -más de veinte quiltros-, y
que ya venían ‘achispados’(los laceros por supuesto). Dije que sí y que
no. Que podían ingresar pagando el 40% del valor del boleto, pero que
los quiltros tenían que dejarlos afuera. Ese fue el acuerdo.
Sin
embargo, minutos después observé que los laceros estaban en medio de la
pista con sus quiltros, los cuales ladraban a destajo y amenazaban
morder a varios bailarines. Me indigné. No aceptaría que ningún
funcionario desobedeciera mis órdenes. Pero, una funcionaria me aclaró
el asunto. El alcalde había ordenado darles el ingreso pagando nada y
poco, perros incluidos. Me mordí la rabia… donde el jefe manda, nadie
más manda.
Una
hora después, dos de la madrugada…el caos, la mocha, la pelea, el
escándalo. Las hembras de los laceros, que parecían ser de ‘cocimiento
rápido’, habían iniciado una pelea con algunos varones de las mesas
cercanas, y los laceros –junto con sus perros- se metieron en la mocha.
Ardió la ‘casona’. La Sonora dejó de tocar y muchos bailarines y
comensales se alejaron raudamente del sitio de la pelea. No lo soporté.
Salió a flote mi espíritu de ‘santiaguino choro’ y saltando sobre el
mesón corrí hasta el centro de la pista. Allí me trencé a puñetazos y
patadas con los laceros, e incluso –esa es mi vergüenza- con un uppercut
al mentón derribé a una de sus mujeres que me había salido al paso
botella en mano amenazándome a garabato limpio.
Carabineros
llegó raudamente y en mi calidad de ’jefe’, señalé a los culpables del
desaguisado, quienes fueron detenidos y llevados a la comisaría local.
La Sonora retomó sus ritmos y el baile continuó a plenitud,
exitosamente, hasta las seis de la mañana. Esa fue mi presentación
‘profesional’ en Coltauco el año1994. Algunos viejos funcionarios
municipales aún recuerdan el altercado, y morbosamente lo sacan a la luz
cada vez que digo y juro ser una persona pacífica.
Años
más tarde (¿1999?), siendo yo el representante de la municipalidad de
Doñihue en la localidad de Lo Miranda, hube de atender una solicitud de
los laceros locales. Sin mucho trámite conseguí satisfacer sus demandas.
Uno de ellos me reconoció. “P’tas que era bravo usté gancho’, dijo
sonriendo. Hubo abrazos y la historia quedó en eso… historia. Hoy somos
grandes amigos, y no es broma.
Siempre
que puedo –ya estoy retirado de las pistas- asisto a un baile popular.
Me encantan. Los disfruto como el que más. Cumbia, salsa, música
ranchera, corridos, una que otra cueca… anticuchos (pero de esos de
‘verdad’, pura carne y gigantes), sopaipillas, piscola (negra o blanca,
me da lo mismo), y una larga y buena conversa con mis amigazos de toda
la vida. Los laceros.
¿Cómo
diantres no querer a mi tierra linda? “Y a mí enterradme sin duelo,
entre la playa y el cielo, en la ladera de un monte, más alto que el
horizonte… quiero tener buena vista”… así cantó Serrat en su
“Mediterráneo”.
¡Joder!…
a mí enterradme cerca del Cachapoal, ojalá en las alturas del famoso
Quillayquén, aunque sea en cenizas, porque quiero seguir observándoles a
ustedes, coltauquinos de moledera, amigazos del alma, chilenos de
verdad, desde los efluvios del más allá.
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