Élites
Las
palabras son maderos arrojados a un abismo, con los cuales se atraviesa
el espacio de un pensamiento, que sufren la travesía y no la estación… (Paul Valéry)
Escribe Luis Casado
Cuando hace algunos años se me ocurrió cometer un libro dedicado a la evolución de la parlancia en el campo de flores bordado, –Lingua Comoediae Chilensis, o la lengua del circo chileno–,
ni siquiera intuí a qué punto ponía el dedo en una llaga crónica, cuya
etiología le debe mucho a 17 años de dictadura cívico-milicar.
Mi
libro no tuvo, no podía tener, pretensiones filológicas. Servidor solo
aprendió, como todos los jóvenes de su generación, el castellano que
dispensaba la escuela pública, laica y gratuita de la República. Mi
objetivo era de una sencillez bíblica: poner en evidencia lo que me
pareció una perversión sistemática y degradante de mi lengua materna,
asimilable a la que sufrió el idioma alemán durante el III Reich y el
nazismo.
El fenómeno dista de ser privativo de la copia feliz del Edén. En el ámbito mundial se adoptó recientemente la palabra populista
para designar a un conjunto disímil de fuerzas políticas –de derecha y
de izquierda– que defienden ideas y métodos que resultan extravagantes e
irresponsables a la vista de los inquisidores del pensamiento único.
La
multitud de sociólogos, politólogos, economistas, expertos,
periodistas, observadores y otros analistas advenedizos no advirtió que
el término populista tiene genealogía, historia y contenido. Él designa, históricamente, la organización política rusa Narodnaïa Volia (amigos del pueblo) opuesta al zarismo, activa desde el año 1860 hasta fines del siglo XIX.
Los narodniki
(populistas) conocieron la influencia del socialismo fourierista
francés, y luego la de los rusos Nikolaï Tchernychevski y Nikolaï
Mikhaïlovski. Sus métodos de acción cayeron en el terrorismo: los narodniki, con una bomba, asesinaron al emperador Alexandre II de Rusia el 13 de marzo de 1881.
Algo
más tarde una tentativa de asesinato contra el emperador Alexandre III
se saldó por la condena a muerte de un grupo de jóvenes narodniki, entre los cuales un cierto Alexandre Ulianov, hermano de Vladimir Ilich que más tarde se haría célebre con el apodo de Lenin.
De
nada sirvió alegar que el ejemplo venía de la propia nobleza rusa,
cuyos zares se asesinaban unos a otros con pasmosa regularidad desde
mucho antes de Katerina la Grande, prusiana nacida en Polonia y devenida
rusa gracias a su matrimonio con el que llegó a ser brevemente zar de
todas las Rusias: Pedro III.
La
brevedad del reinado de Pedro III se explica mayormente porque su
señora esposa le hizo asesinar por uno de sus numerosos amantes,
respetando así una tradición secular.
En
el más estricto respeto del aforismo que reza “Haz lo que digo, no lo
que hago”, Alexandre Ulianov fue ahorcado en mayo del año 1887. Las
concepciones revolucionarias de Lenin se forjaron entonces, en abierta
oposición a las de los populistas rusos (véase Lenin: ¿Qué hacer?).
El uso impropio e improcedente del término populista en la hora actual no es sino el reflejo de la ignorancia y la mediocridad de los politoskátas.
Del mismo modo, algún enterao se refiere a la costra parasitaria que mangonea en el país utilizando la palabra elite. Tanto y tan bien que en la elite
aparecen confundidas la casta política y las grandes familias
autoerigidas en dueñas de lo que tienen por un Club privado llamado
Chile (véase David Rothkopf: Superclass. 2008).
La etimología de la palabra elite (o élite) proviene del participio pasado electus del verbo latín eligere, que significa extraer, escoger. Los textos precisan que la elite
está formada por aquellos que se auto-designan o se hacen elegir, de
donde hay quien infiere una idea de superioridad asumiendo –anda a saber
por qué– que lo que se escoge es lo mejor.
Constato
que la etimología no define ni explica el método que lleva,
impajaritablemente, indefectiblemente, inevitablemente, a elegir lo
mejor, ni los criterios que sustentan esa cualidad. Para no hablar de
los auto-designados.
Una definición sociológica sostiene que, para los individuos, pertenecer a una elite
confiere ventajas materiales o simbólicas, lo que ofrece connotaciones
muy distintas. Y trae a cuento la cuestión de la precedencia en el
tiempo, o si prefieres la del principio de causalidad. ¿Soy parte de elite porque soy el mejor, o soy el mejor porque formo parte de la elite?
Paso por alto que el mal uso del sustantivo lleva a concluir que la elite
chilena está formada por un delincuente financiero como Sebastián
Piñera (elegido dos veces), o bien Julio Ponce Lerou, cuya fortuna tiene
su origen en el saqueo del patrimonio público durante la dictadura.
Súmale a estos pajarracos la docena de familias que manga desde los
tiempos de la colonia, amén de la intelligentsia que se destaca en el Parlamento, las FFAA, la Iglesia y no pocas universidades, y ya la tenemos liada.
Si
incorporamos la noción de privilegio, sustraída, ocultada o disimulada
voluntaria o involuntariamente, habría que utilizar otra palabra para
designar a quienes tienen agarrado el palito del emboque: oligarquía. Como sistema de gobierno, – curiosamente calificado de democrático–, la oligarquía es un sistema en el que el poder está en manos de unas pocas personas pertenecientes a una clase social privilegiada.
Una vez más, la etimología ayuda. En la ‘ciencia’ política, la oligarquía,
–del griego ὀλίγος (olígos) "pocos", y ἄρχω (arko) "regular o
comandar"–, es una forma de gobierno en la que el poder político está en
manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social.
Tengo la debilidad de pensar que de este modo nos vamos acercando a una
descripción de la realidad que tiene el mérito de parecerse a lo que
vemos desde la época de la Conquista.
Piñera, Ponce Lerou, sus semejantes y la costra política parasitaria sí forman parte de la oligarquía. ¿De la elite? Ciertamente no.
A estas rupestres nulidades les hubiese ido bien ser parte de una improbable aristocracia,
pero de aristócratas no tienen ni siquiera la pinta. Para convencerse
basta con oírles hablar, verles gesticular, admirar la indumentaria y el
refinamiento de las costumbres.
Para tus archivos, la etimología de aristocracia
–gobierno de los mejores– también viene del griego: áristos ‘el mejor’ y
krátos ‘fuerza’, ‘poder’. En el contenido semántico encuentras viajando
de contrabando la noción de solera,
lo que deja fuera a los arribados que hicieron fortuna en –y gracias a
la– dictadura, y a quienes son sus herederos putativos en materia
política.
En la fértil provincia y señalada puedes hablar de la elite futbolera, que identifica a muchachos que se ganaron la membresía codeándose con la elite mundial. O bien de alguna elite
cultural, académica, científica, musical, literaria, poética… Sin lugar
a dudas tenemos el privilegio de pueblos originarios que Alonso de
Ercilla y Zúñiga describió como Duros en el trabajo, y sufridores, de fríos mortales, hambres y calores...
Pero la costra mangante, protegida por uniformes uniformes demasiado uniformes, apenas da para recua de morralla.
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